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Foto del escritorMtra. Heiddy Castillo

La brújula interior. ¿Cuál es el sentido de la vida? Jorge Bucay

Siempre puede encontrarse un sentido a la vida, bajo cualquier circunstancia, incluso la más difícil, y eso convierte nuestra cotidianidad en más plena.




Según cuentan los estudios realizados en los despachos privados de los psicoterapeutas, y en consultorios y servicios de hospitales públicos que prestan asistencia en trastornos psicológicos, un tercio de las personas que consultan pidiendo ayuda, lo hacen por la falta de sentido en sus vidas.


Fue Viktor Frankl, padre de la logoterapia, el primero que llamó la atención de los terapeutas hacia el sentido de la vida, alguien que personalmente no había tenido una existencia sencilla ni carente de situaciones dramáticas. Frankl fue capturado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y recluido en un campo de concentración por su condición de judío.


Viviendo con el horror, Viktor Frankl descubrió que la gente necesita un propósito, aunque fuera minúsculo, para mantener su voluntad de vivir.

Allí, en los campos de exterminio, este médico vienés observó que los prisioneros que sobrevivían eran, casi exclusivamente, los que de una manera u otra habían conseguido encontrar un propósito en sus restringidas y miserables condiciones de vida dentro del campo.


CONSTRUYENDO UN CAMINO, UN PORVENIR

Fue en cautiverio donde decidió aplicarse ese descubrimiento; se impuso a sí mismo el desafío de relatar la experiencia de los prisioneros y de la importancia de tener un motivo para vivir.

Construir ese relato le proporcionó un sentido a su existencia y le llevó, según sus propias palabras, incluso a intercambiar la mitad del poco pan que recibía por una sábana rota donde seguir con sus anotaciones para su investigación.


Viktor Frankl explica en El hombre en busca del sentido (Herder) que, si bien los guardas del campo controlaban todos los aspectos de la vida y la muerte de los prisioneros –incluyendo su humillación, tortura o asesinato–, había algo que eran incapaces de controlar: la forma de reacción de cada recluso. De esta respuesta –dice el autor– dependía su supervivencia.


Siempre puede encontrarse un sentido a la vida, en toda condición y bajo cualquier circunstancia, aunque seguramente sea mucho más fácil en nuestro acomodado modo de vida que en los campos de exterminio nazis, sobre todo porque utilizaremos este propósito para engarzar en él una cotidianidad más plena y feliz, y no solo la supervivencia.


Para determinar cuál es el sentido de nuestra vida es necesario establecer con claridad la diferencia que existe entre una meta y un rumbo, entre el objetivo y el sentido.

Son conceptos que, si bien son elementales, muchas veces pasan desapercibidos o se confunden.


ENCONTRAR EL RUMBO

Una vez más, sabiendo uno dónde está y a dónde va, teniendo un mapa con todos los detalles precisos del entorno, seguramente no sabrá en qué dirección viajar si no puede fijar el rumbo. Pero como dijimos, el rumbo es una cosa y la meta es otra.


La meta es el punto de llegada.El camino es cómo llegar.El rumbo es la dirección, el sentido. Y es el único dato que te permite asumir que no estás perdido en la inmensidad del océano.


Si uno entiende la diferencia entre el rumbo y la meta, empieza a comprender muchas otras cosas, entre ellas la definición de la felicidad, que tantas veces repito:

La felicidad es la serenidad de saberse en el camino correcto, la tranquilidad interna de quien sabe hacia dónde dirige su vida.

En la vida, las metas son como puertos a donde llegar y saber el camino es un recurso para avanzar en el mapa que aporta la experiencia.

Que nadie dude de la importancia de saber dónde está; pero, sin dirección, no hay rumbo, y la dirección solo puede aportarla el sentido que decidas darle a tu existencia.






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